Como parte del curso de Fotografía Básica, visité el año pasado el Cementerio Virgen de Lourdes o como lo conoce la mayoría de ciudadanos Nueva Esperanza, ubicado en Villa María del Triunfo, Lima, Perú. Este es el segundo cementerio más grande del mundo, superado solo por Najaf, localizado en Iraq y que tiene más de 5 millones de tumbas y 1400 años de antigüedad. Nueva Esperanza, mucho más reciente, se inició como un panteón informal y clandestino en el Siglo XIX, aunque algunos indican que se inició realmente a mediados del Siglo XX. Este cementerio ha ido albergando los restos de migrantes andinos que, sin tener medios para un entierro en los panteones formales, hallaron en los cerros y lomas del sur de Lima un espacio para el descanso eterno. Los sectores del Cementerio reciben nombres curiosos como Quinceañera (la mayoría de las personas enterradas son jóvenes), Capilla, Huancaínos, Noventas, Noventa y cinco, Sindicato, Bebés, Nueva Esperanza, Margen Izquierdo, Margen Derecho, Santa Cruz, Ficus, entre otros. Mi primera impresión al acercarme al cementerio era el adentrarme en un gigantesco mercado. Más allá de la solemnidad de los dolientes que pugnaban por ingresar al cementerio, la multitud de vendedores de todo tipo de artículo imaginable era pasmosa. Una procesión de vendedores ambulantes, puestos de comida de todas partes del país, flores, cruces, lápidas, globos, juguetes para que no se aburran los niños, etc. Dedicaría varios párrafos solo nombrando la cantidad y diversidad de objetos a la venta. Padres, hijos, niños, nietos, ancianos, viudos y viudas, huérfanos, todo el Perú y su diversidad estaba allí. Y una vez más nuestro sincretismo, nuestra diversidad, nuestra fiesta y nuestro dolor estaban allí, mezclados e indisolubles. Nueva Esperanza es enorme, no hay nada que haya visto antes que se le acerque, no solo en tamaño si no como muestra de nuestra identidad provinciana, andina y diversa. Los visitantes durante la fiesta de Todos los Santos llevan o contratan en el lugar a músicos que los ayudan a evocar al ser que añoran. Huaynos, sayas, valses, yaravíes, danzantes de tijeras, todos están allí en homenaje a los muertos, previo acuerdo con los deudos. Los vivos necesitamos de recursos para seguir en este lado del valle.
Algo que me llamó poderosamente la atención fueron las familias completas que comían y dejaban ofrendas de comida en las tumbas. Vasos de chicha, cerveza y otras bebidas quedan al pie de las tumbas para que el difunto sepa del cariño que le tiene la familia o los amigos. La comida favorita del ausente tampoco puede faltar. Niños jugando sobre las tumbas, ancianas en un silencio conmovedor, jovencitos escuchando reggueton mostrando al mundo sus nuevos cortes de pelo y tatuajes, parejas tomándose selfies. Lágrimas de madres llevando globos infantiles para dejarlos en pequeñas tumbas rosadas o celestes. Jóvenes como hormigas limpiando y pintando las piedras que marcan el contorno de las tumbas. Velas, música, cerros, tierra, filas interminables de deudos, motocars, más vendedores, cómicos ambulantes en plena presentación... caos y orden impensables, como suele ocurrir en el Perú.
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Sobre miSoy Ivan Brehaut, o solo Ivan. Soy un apasionado de las artes y las ciencias naturales. Estudié ciencias forestales y ahora estudio periodismo y fotografía. Tengo dos hijos y una hermosa esposa. Viajero, lector y enamorado. Loco con certificado médico. Archives
Abril 2020
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