Don Segundo junto con su hija recién llegada de España visita a su niña. Esta vez no pintará las piedras que marcan su tumba en el cerro del color amarillo o rosado que caracteriza las tumbas de las mujeres en el cementerio. Este año, un tono lila adornará las piedras, una vez que estas quedan ya libradas de la fina capa del molesto polvo yermo que se depositó durante el año y que está en todos lados. “Mi hermana ya no debe usar rosadito, ya está mayor, color lila está bien”, justifica Patricia, la hermana retornada del extranjero. Segundo ha visitado a su hijita, que para él se quedó así, dormida hace 40 años cuando solo tenía 2 años de nacida. Cada año Segundo repite su ritual: se levanta temprano, toma un café para aguantar el viaje desde casa, camina sin prisa y ubica la tumba de su bebé, limpia las piedras, les da una manito de pintura, enciende unas velas, deja unas flores y se sienta a imaginarla. La sueña jugando, la sueña riendo, la sueña a su lado. Su ritual no ha cambiado más que en el dolor de piernas que le deja hace algunos años el subir el cerro y por supuesto, ahora la compañía de su hija que ha regresado a su casa. Pero lo que sí ha cambiado, en estos 40 años de peregrinaje es el cementerio de Nueva Esperanza. Ya no es el pampón enorme, en que solo los muy pobres, provincianos e hijos de migrantes llegaban a darle descanso a sus muertos. Ahora con más de 60 hectáreas de extensión, y más de un millón de entierros, Nueva Esperanza es un hervidero de gente en cada fiesta. Ya sea el día de la madre o del padre, navidad o como hoy, el día de los muertos, el cementerio es como una gigantesca colmena. Pistas para el ingreso de motocars, millares de trochas para los caminantes, y cientos de miles de visitantes forman una parte del paisaje en esas fechas. En Nueva Esperanza se encuentran tradiciones y modernidad, en un sincretismo tan colorido que opaca las penas de los dolientes. Se juntan entonces danzantes de tijeras y violinistas. Deambulan rezadores con biblias en la mano, dispuestos a rezar el credo y las avemarías que tranquilicen las conciencias. En medio de los rezos, se escucha el tintinear de botellas, mientras vendedores de cerveza y vino ofrecen a los visitantes unas bebidas para la ofrenda a los difuntos. Comidas, bailes, música, reencuentros y coqueteos entre vivos y muertos se aprecian en cada espacio.
Doña Herminia viene desde hace 6 años a visitar a su esposo. Hace dos años que la acompaña su hija y su nieto. Lo llevan con juguetes para que no se aburra, los cuales lanza sobre las tumbas mientras corretea entre ellas. Su sonrisa opaca el tímido sol que se asoma entre el “panza de burro” cielo de Lima. “Ya no es como antes” –nos dice. “Ahora menos mal hay motocares que te traen pero si no, ¿cómo cargamos la criatura por todo el terral? Pero ya mucha gente no viene a ver a sus muertos. Mucho turista gringo, periodista, no es una feria y no respetan. Te toman fotos nomás… ni permiso, ni las gracias, ¿A cuánto estarán? Seguro están vendiendo y no pues joven…” Y es que a Herminia ya le han tomado varias fotos. Su sombrero vistoso con flores de su lejana Carumas, en Moquegua, atrae miradas curiosas. El nieto sigue jugando sentado ahora sobre las piedras de una tumba y ella continúa: “antes que iban a haber esos cómicos, los juegos inflables… era algo para nosotros. Se vendía comidita y cervecita pero no así pues. Mire, hasta del canal han venido a ver los puestos de comida. Ya parece, como se llama, Mistura. Comida y gente”. Más allá, una pareja se sienta a encender unas velas. Han traído un globo del Hombre Araña y decoran la casita armada con palos endebles pintados de azul con globos de colores. Como armando una fiesta infantil. Más gente sigue llegando y Herminia con su hija y nieto prosiguen el camino. Los observo. La pareja que trajo los globos ha terminado de decorar su pequeño altar y se sientan. Puedo ver ahora la foto impresa de un niño de apenas unos meses. La pareja no habla, solo descansa. Alisto mi cámara, disparo. Busco otro ángulo. Me observan pero no se inmutan. Cumplo la tarea y documento. Sigo caminando. Tomar fotos es una nueva costumbre en esta vieja Nueva Esperanza.
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Sobre miSoy Ivan Brehaut, o solo Ivan. Soy un apasionado de las artes y las ciencias naturales. Estudié ciencias forestales y ahora estudio periodismo y fotografía. Tengo dos hijos y una hermosa esposa. Viajero, lector y enamorado. Loco con certificado médico. Archives
Abril 2020
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