Sobre la marcha “Querida hija, si hoy no llego a la hora para jugar contigo es porque estoy en las calles marchando contra un asesino de niños como tú” rezaba el cartel de aquella mujer. ¿Qué puedes argumentar contra eso? ¿Es solo emotivo? ¿Se lo habrá dicho realmente a su hija? ¿Es odio? ¿Es miedo? ¿Solo una pose para el selfie? La variedad de rostros, muchos lozanos y briosos, otras marcados por los años, era inagotable. Los carteles y consignas, dibujos y lemas, eran tan diversos y coloridos como enérgicos. Las banderas orgullosas se paseaban gritando por la calle. La policía marcial y parca, austera de gestos y expresiones, flanqueaba la inmensa columna de gente que estaba tomando la calle. Antonio me contó que estuvo el 25 de diciembre en la plaza. Se peleó con su enamorada y con su padre, pero se armó con vinagre y unos trapos para enfrentar a la repre. “Esa huevada que te echan no sé qué te hace, pero te caga… te arde todo… mis patas me advirtieron que no me eche agua, y que si nos persiguen que corra nomás y si me atrapan que grite mi nombre fuerte, así te identifican y es más difícil que te pase algo feo”. ¿Qué cosa fea? repregunté: “que te peguen en la comisaría y acabes frío, peee ¿No lees las noticias?” me increpó. ¿Qué impulsa a Antonio, de 22 años, estudiante de una academia preuniversitaria, que trabaja eventualmente de repartidor de pollo a la brasa en la moto de su primo universitario a salir a las calles? Al seguir caminando, aprovechando la licencia de tener una cámara y poder meterme en medio de la pista a fotografiar, vi a Las Empolleradas, un grupo que organizadamente protesta por las esterilizaciones forzadas que ocurrieron durante los 90, lanzando sus arengas. Con lana roja a modo de chorros de sangre bajando de sus caderas y su actitud dura y altiva, eran aplaudidas sin pausa. Más jóvenes con cascos, cintas de color rojo y más pancartas. Miradas desafiantes, rostros de alegría al verse tantos, tan diversos y tan fuertes, rostros de cólera, rostros de cansancio. Un tipo marchando en muletas, señoras de canas, pelos pintados de azul y de rojo, muchas barbas negras y cabezas calvas y blancas. Con la cámara en la mano, me animé a preguntarle a los policías:
Ya al final de la marcha, las discusiones filosóficas, las cervezas de celebración, los abrazos entre quienes se reconocen como compañeros en esta lucha, libera la tensión, ensancha el alma y te hace sentir entre reflexivo y eufórico. Los locales cerca al Bar Queirolo de Camaná se llenan de jóvenes que siguen gritando, festejando, bailando en la calle, celebrando su aventura.
Además de dos marchas cuando pasé por la Agraria y alguna más que se me escapa, no he sido asiduo manifestante. Preferí mi televisor y la indignación anónima, cuando no la apatía. Ahora sé que la adrenalina de una marcha te contagia, te sacude y te compromete. Aún me pregunto por qué marcha tanta gente, por qué tanta pasión. No puedo responder por todos. Solo sé que luego de años de apatía, hay jóvenes, hay adultos, hay ancianos, que quieren ser oídos y que algunos, a tan temprana edad, ya están sencillamente hartos. Yo estoy entre ellos. Barranco, 14 enero de 2018
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Sobre miSoy Ivan Brehaut, o solo Ivan. Soy un apasionado de las artes y las ciencias naturales. Estudié ciencias forestales y ahora estudio periodismo y fotografía. Tengo dos hijos y una hermosa esposa. Viajero, lector y enamorado. Loco con certificado médico. Archives
Abril 2020
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